jueves, 5 de junio de 2008

El terrorismo en el país de las "maravillas"

El terrorismo en el país de las "maravillas"
Ricardo Alarcón
En los días previos al 11 de septiembre, no era el terrorismo lo que llenaba los grandes espacios informativos que llegan a centenares de millones de personas. Otra vez, una joven interna se había convertido en el epicentro de un incesante torrente de imágenes e informaciones. Su bello rostro aparecía en los noticieros del mundo entero, que cubrían hasta el detalle numerosos aspectos de su vida, incluyendo sus supuestas intimidades con un legislador que también era perseguido día y noche por infatigables cazadores. ¿Dónde está Chandra Levy?, preguntaban en todos los idiomas las grandes cadenas transnacionales de televisión cuando esta desapareció sin dejar rastro. ¿Dónde está Chandra Levy?, repetían obedientes los medios de comunicación del mundo entero, incluyendo los de este continente, que tienen decenas de miles de desaparecidos, cuyos nombres nunca ha mencionado la CNN.
George W. Bush aparecía entonces como el presidente más cuestionado. La validez de su elección era puesta en duda, y al mismo tiempo, gran parte de los norteamericanos y casi todo el mundo, no vacilaban en tacharlo de incapaz para desempeñar el cargo. Por ese motivo, por su insólito régimen de trabajo y sus interminables vacaciones, se habían convertido en temas recurrentes dos importantes aspectos: el nivel más bajo de popularidad, y el nivel más alto de chistes que se hacían a su costa en los programas humorísticos de la televisión norteamericana, que como se sabe son los más importantes instrumentos para reflejar y formar la opinión pública de ese país.
También, cuando llegamos a septiembre, se estaba a la espera de un estudio que había recibido enorme publicidad, emprendido por los principales diarios norteamericanos. Ellos mismos lo habían convertido en noticia, al arrogarse para sí la misión de determinar quién había ganado realmente las elecciones en el estado de la Florida, contando uno a uno los votos de las personas a las que se les permitió votar en aquellas elecciones —hubo miles de norteamericanos, todos ellos negros, a los que no se les dio esa oportunidad.
No era George Bush el único político con dificultades en términos de imagen pública. A la altura del diez de septiembre se anunciaba que el senador Torricelli, estaba a punto de ser arrestado y encausado criminalmente, por una interminable lista de violaciones en materias electorales, específicamente en la recaudación de fondos.
Había también razones para que los grandes medios se hubiesen ocupado del tema del terrorismo. Por ejemplo, la decisión del Fiscal General de Estados Unidos —primero en julio, y después, en agosto—, quien puso en libertad a los dos asesinos de Orlando Letelier. Se trataba de dos individuos de origen cubano que pudieron dirigirse a su casa tranquilamente, pero prefirieron irse al local de la Fundación Nacional Cubano Americana, y hacer declaraciones públicas, conferencias de prensa, donde no dejaron de reiterar su militancia a favor de la violencia anticubana. Hubo una celebración bastante estridente en Miami, pero los grandes medios prefirieron no hacer eco, en absoluto, de esa noticia. A pesar de que la muerte de Letelier había sido un acto terrorista, sin precedentes en la historia de Estados Unidos. Por primera vez, se había hecho estallar con un explosivo un automóvil en pleno centro de la capital norteamericana. No solo había muerto un chileno prominente, sino una norteamericana.
Y a pesar del hecho de que el Fiscal General, el mismo que había puesto en libertad a los dos asesinos, es la persona que se ha arrogado el derecho de mantener en prisión por tiempo indefinido a cualquier extranjero, aun cuando no haya sido objeto de una sanción judicial, esto no alcanzó mención alguna en los grandes medios norteamericanos. No debe sorprender, por tanto, que en Miami, se publique en el Nuevo Herald una declaración de principios, donde se reitera por los firmantes que van a continuar empleando contra Cuba todos los medios, sin excluir ninguno, que es una forma de incluir al terrorismo. Sobre todo cuando firma la declaración Orlando Bosch.
Otra noticia que comenzó antes del 11 de septiembre, relacionada con el terrorismo y que no ha ocupado espacio alguno en la información de los grandes medios de ese país, lo fue el juicio contra Gerardo, Ramón, René, Fernando y Tony, cinco compatriotas, cinco Héroes de la República de Cuba. Ellos fueron sometidos a un proceso judicial sin precedentes. No hay otro caso en la historia de Estados Unidos de personas acusadas de "espionaje al servicio de una potencia extranjera", que sean juzgadas allí. La práctica normal es la expulsión de esas personas hacia el país, a cuyo servicio se alegaba estaban trabajando. Se produce el juicio, en un medio como en el de Miami, en el contexto que ya he explicado, lo que supone evidentemente un proceso de carácter eminentemente político. Y con la irracional desmesura de la sentencia que se les ha impuesto.
Claramente se trataba de un operativo, cuya finalidad no es otra que mantener el control de Miami en manos de la mafia terrorista. La persecución contra nuestros compañeros se ha hecho, exclusivamente, para proteger y apoyar a los terroristas, para intimidar a quienes en Miami se oponen al terrorismo. Recuerden las declaraciones del señor Pesquera, el jefe del FBI en Miami, anunciando que seguían buscando a otras personas y que se producirían otros arrestos.
Cuando hizo esta declaración —y nosotros la denunciamos en la Asamblea Nacional antes del 11 de septiembre—, estaba manifestando la voluntad de intimidar y atemorizar a otros, que en Miami se oponen al terrorismo. Pero ahora, después del 11 de septiembre, se puede señalar el contraste entre lo que el jefe del FBI dijo que era su tarea principal, y lo que ha estado ocurriendo en Miami. Mientras el señor Pesquera se dedicaba a perseguir y a castigar a nuestros compatriotas, y a amenazar a otros, en esta misma ciudad, las personas que después fueron acusadas de ser los autores del atentado contra las Torres Gemelas, estaban allí a pesar de que, algunos de ellos, habían sido acusados desde mucho antes de pertenecer no solo al grupo de Al Qaeda, sino de haberle confesado a la policía filipina que entre sus planes estaba atacar con unos aviones las Torres de Nueva York.
Después de haber visto eso, de haber recibido el FBI esa información, estos individuos se instalaron en Miami, contrataron los servicios de una academia de aviación de esa ciudad, y allí, debajo de las narices del señor Pesquera, aprendieron a conducir los aviones que se convirtieron en armas mortíferas contra el pueblo de Nueva York. Lo anterior prueba que como las autoridades de esa ciudad se dedican a aterrorizar a los cubanos y apoyar a la mafia, no por casualidad Miami fue escogido para la acción del 11 de septiembre.
Muy poco de estas cosas son conocidas por el pueblo norteamericano, aunque tenga acceso a Internet, a la televisión por cable, y a revistas de circulación por cable. No olvidar que allá rige el criterio de Mark Twain, quien escribió hace más de un siglo: "Por voluntad de Dios, tenemos en nuestro país estas tres cosas indeciblemente preciosas: libertad de expresión, libertad de conciencia, y prudencia para no ejercer jamás ninguna de las dos."
Después del 11 de septiembre, George Bush sigue sin leer un libro, sigue trabajando cinco días de nueve a cinco, continúa con sus constantes y prolongadas vacaciones, sigue siendo el fundamentalista intransigente del culto al ocio estéril y a la chabacanería, pero es ahora el jefe del planeta y el presidente más popular de la historia de Estados Unidos.
Ya nadie habla del fraude electoral del 2000. Después del 11 de septiembre el New York Times anunció que, "por patriotismo", habían decido guardar discreción sobre el resultado de sus famosas investigaciones. Torricelli, hace dos días, fue perdonado por el Fiscal General. ¿Y Chandra Levy? ¿Dónde está Chandra Levy? Sigue desaparecida, pero desapareció también de la televisión. Ya nadie pregunta dónde está Chandra Levy. Y aquel político, a quien se perseguía por todas partes porque estaba vinculado a la desaparición de esta interna, la semana pasada anunció, por supuesto, que va a presentarse nuevamente como candidato a la reelección.
La reacción norteamericana sobre el 11 de septiembre dará mucho que pensar. Es obvio que se trató de evitar desde el primer momento cualquier intento de explicar lo que había ocurrido. Primero, por la repetición de imágenes que llevaban al abismo de la desesperación. Después con la incesante retórica guerrerista, y luego con la guerra misma. Se ha repetido hasta la saciedad que se trataba de algo sin precedentes, que conmovió hasta la raíz a la sociedad norteamericana, pero que desde el primer momento fue definido como un acto de guerra, como un ataque desde el exterior. Obligaron a la gente a mirar hacia fuera, y se olvidaron de algunos datos elementales: los aviones que utilizaron eran norteamericanos; quienes se apoderaron de ellos y los lanzaron contra los objetivos, eran personas que vivían en Estados Unidos; gente que había entrado y salido de EE.UU. sin mayores dificultades, después de advertencias al FBI; ningún funcionario del gobierno ha renunciado; a nadie se le han exigido explicaciones; ningún comité legislativo se ha interesado en averiguar cómo fue posible que todas estas cosas ocurrieran en un país que tiene más de 40 agencias oficiales dedicadas a proteger su seguridad y que persigue cada día a miles de extranjeros.
No hubo cesantías ni en el FBI, ni en inmigración ni en cualquier otro de los aparatos represivos; todo lo contrario. A esos aparatos se les ha otorgado nuevas facultades y un poder extraordinario, con miles de millones de dólares adicionales agregados a su presupuesto. Todos fueron visitados por el presidente Bush, que se deshizo en elogios.
Cuando ocurre un crimen en cualquier sociedad civilizada, se produce una investigación policial, un juicio donde además de castigar a los culpables, se esclarecen los hechos y se depuran responsabilidades ante la sociedad. A partir del 11 de septiembre, sospechosamente, Bush asumió el papel de la reina, que ante el asombro de la pequeña Alicia, ordenó: "Primero la sentencia; el veredicto, más tarde." Solo que no vivimos en el País de las Maravillas, y es probable que en este caso no conozcamos el veredicto nunca. O que este, más tarde o más temprano, se convierta en algo inalcanzable.
El mensaje del 11 de septiembre
Este título de la Editorial de Ciencias Sociales, del Instituto del Libro, incluye, en estricto orden cronológico, más de 20 artículos de autores extranjeros sobre los sucesos del 11 de septiembre en Estados Unidos, antes y después del siete de octubre, fecha en que se inició la guerra contra Afganistán. Aparece, tambén, el discurso pronunciado por Fidel en la Tribuna Abierta celebrada el 22 de septiembre en San Antonio de los Baños. Ente los articulistas se encuentran importantes escritores y periodistas, que mantuvieron una posición independiente de las posiciones norteamericanas. Aquí se recogen las opiniones de José Sarmago, Eduardo Galenao, James Petras, Umberto Eco, Noam Chomsky, Mempo Giardinalli, Edward Said, entre otros. En la presentación, en la sede del Instituto del Libro, Alarcón reconoció que El mensaje del 11 de septiembre es "una muestra de atrevimiento, una muestra de rechazo al terrorismo intelectual, por quienes tratan de mantener una suerte de dictadura global, que controla y manipula los sentimientos, y que a la vez trata de impedir que la gente piense".

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